Las rabietas en niños de 2 años y qué hacer ante ellas

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Las rabietas en niños de 2 años son reacciones normales para expresar la frustración ante diversas circunstancias, pero esto no significa que haya que pasar del tema, todo lo contrario, se debe corregir este comportamiento lo antes posible.

Hay muchas maneras de tratar las rabietas aunque no todas son  correctas ni respetuosas con el niño. La Dra. Lucía Galán, Pediatra, nos habla sobre cómo afrontar las rabietas en niños de entre 2 y 4 años:

Cuando todo parece ir sobre ruedas en una mañana que para ti es especialmente importante porque has de estar a las 9 en punto impecable en el trabajo dejando al niño previamente en el cole, ¡zaca!, sin darte cuenta y en décimas de segundo, todo se tuerce y el niño tiene una rabieta. Manotazos sobre la mesa, la taza de desayuno se estampa contra el suelo, su camiseta hecha un asco, tu vestido blanco de pronto ilustrado con un bonito cuadro de Miró “al Colacao!”. ¡Horror! “Justo tenía que ser hoy!” Pues sí. En el momento más inoportuno e inesperado, nuestros niños la lían.

¿Y por qué lo hacen? Pues bien, aunque no es consuelo cuando los padres vienen a la consulta desesperados, es importante recalcar que es una fase del desarrollo normal por la que pasan la mayoría de los niños entre los 2-4 años. A estas edades empiezan a definir ya su carácter (algo que es maravilloso), empiezan a tomar sus propias decisiones (que también es fantástico), comienzan a tener sus preferencias, lo que les gusta, lo que no les gusta… en definitiva, comienzan a ser personitas forjando su individualidad. Insisto, es muy positivo que esto se produzca. Mucho me preocupan los niños que alcanzan los 4 años sin haber tenido una sola rabieta ni haber mostrado nunca su temperamento.

Quede dicho por delante que nuestros hijos no son el enemigo, no suelen hacer las cosas por fastidiar, siempre suele haber una respuesta a sus reacciones, un origen que nosotros como padres tenemos la responsabilidad de identificar.

Atención, rabieta… ¡Cuenta hasta 10!

Existen dos tipos de rabietas que debemos saber diferenciar ya que la forma de actuar será diferente:

  1. En las primeras, el niño ya anuncia que “la va a montar”. Comienza a negociar contigo, a retarte, a amenazarte.  Sí,sí. Te amenaza. Y lo hace con plena consciencia de lo que está haciendo. “Si no me das el helado ahora, tiro todo lo que está en la mesa”. Y ante tu mirada estupefacta, ese mico de 4 años, te lo dice así de claro, mirándote fijamente a los ojos con actitud claramente desafiante. Evidentemente, te está echando un pulso. Aquí no hay negociación que valga, es más, te está pidiendo a gritos que establezcas unos límites. Con la mejor de tus sonrisas le dirás: “Sé que te encantan los helados, cariño. Pero ahora vamos a comer. Así que siéntate a la mesa con el resto de la familia y si nos lo comemos todo, tomaremos helado de postre. Si por el contrario tiras todo lo que hay en la mesa al suelo, te irás castigado a tu habitación”.

–       Primero: No utilizamos el mismo tono que él ha utilizado, si no  el contrario; recordad que nosotros somos los adultos, nosotros tenemos todos los recursos emocionales y culturales para manejar situaciones mucho más complejas que esta.

–       Segundo: Claramente le estamos diciendo que NO tendrá ahora el helado. No.

–       Tercero: Le ofrecemos una alternativa. Le estamos dando la posibilidad de que elija portarse bien, comer con todos y disfrutar del helado en compañía; o portarse mal y recibir el castigo oportuno. Si llegase hasta el final, evidentemente se irá castigado a su habitación (sin gritos, ni dramas por tu parte, recuerda: tú eres el adulto) y cuando salga, recogerá todo lo que ha tirado. (Le hacemos responsable de sus actos). Le hemos puesto unos límites claros.

  1. El segundo tipo de rabieta es la que nos pillan por sorpresa. Llega la hora de la cena y como siempre que hay arroz blanco en casa, le echo a Carlitos una cucharada de tomate frito sobre el arroz. Noooooo”- empieza a gritar, tira el plato, la cucharada vuela por los aires… Pero, ¿qué pasa? Está poseído. No quería tomate”– grita descontrolado.

“Vaya hombre, justamente hoy que no tenía la bola de cristal a mano para preguntarle, me he equivocado y le he echado tomate”- pienso anonadada por su reacción.

Sí, son reacciones exageradas, desproporcionadas, a veces violentas. Esto mismo puede ocurrir (y te ocurrirá) en el supermercado, en la cola del cine, en mitad de la calle, en cualquier lugar. No intentes negociar, no le amenaces con castigarle, no entres en su juego, ni le grites, ni pierdas tú también los papeles. En esos minutos, el niño no es capaz de nada más que gritar. Si hay peligro de que se haga daño, retira todo lo que le puede dañar, bájale de la silla si está sentado y asegúrate que no le puede pasar nada. Intenta tranquilizarle, agáchate a su altura y acaríciale. Puedes darle un abrazo. Los niños responden rápidamente al contacto físico con sus padres. En el momento en el que esté un poco más tranquilo, puedes decirle:

–       “Cariño, no sabía que hoy no querías tomate; tranquilo. La próxima vez me dices “mamá, no quiero tomate” Y arreglado. Ahora entre los dos vamos a recoger”.

Si sigue con la misma histeria, tranquilízate, cuenta hasta 10 y déjale un ratito solo. Vendrá a buscarte. Si te viene a buscar reclamando una caricia, no se la niegues y aprovecha la situación para explicarle lo que ha hecho mal y cómo se deberían haber hecho las cosas.

Mención aparte es el tema de los azotes. No. Evítalos siempre. Después de pegar a nuestro hijo acabamos con cualquier otro recurso de educación, negociación y aprendizaje. ¿Qué hay después de eso? Nada. Y además, de nada sirve. Lo único que conseguiremos es que o bien generen miedo (nefasto para un niño) o que él, por imitación, nos pegue o abuse de la fuerza con otros niños y en otras circunstancias (Como mi mamá me pega, yo pego).

¿Podemos hacer algo para evitarlas?

No lo vivas como algo dramático y exasperante en la crianza de tus hijos. Entiéndelo como una oportunidad para seguir educándole. Quizá dándole un azote y encerrándole en la habitación acabes antes, pero eso no significa que sea mejor ni para ti ni para su desarrollo. Háblale con tranquilidad, escúchale. Anímale a que exprese sus deseos. Desde que son pequeños debemos darles la oportunidad de elegir (¿Qué zapatos prefieres hoy, blancos o rojos? ¿Qué os apetece hoy, playa o piscina?), pregúntale si lo que le das, le gusta o no; ofrécele alternativas. Es evidente que hay cosas que son innegociables: las tijeras cortan, los enchufes queman… y ahí has de ser tajante. Pero no llenes su vida de excesivos límites y normas estrictas. Ponte en su lugar y no le exijas que se comporte como un adulto. 4

¡Es un niño! Sé flexible, los niños, como nosotros, tiene días mejores y días peores. También tienen horas malas. No pretendas que tras haberte acompañado al supermercado y aguantado la cola de la pescadería, de la carnicería, de la parafarmacia y la conversación con tu vecina que te tuvo media hora delante de la estantería de chuches (¡sin poder tocarlas!) llegue a casa, cene como un hombrecito y se vaya él solo a dormir con una sonrisa de oreja a oreja y rezando el Padre Nuestro. Sé comprensiva.

Y si en alguna ocasión has perdido los papeles (seguro que sí, confieso que yo también), cuenta hasta 10, aléjate unos minutos de esa situación, sal del bucle y recuerda estos consejos. La crianza es un continuo ensayo-error, no temas equivocarte. «Serás madre toda la vida».

Dra. Lucía Galán Bertrand.

Pediatra. Vithas Internacional Medimar

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