Día Mundial de la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC)

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Jorge  Ahumada comenzó a fumar cuando estaba acabando el bachillerato, allá por el final de los años setenta. En su pandilla todos fumaban, y si él no lo hacía parecía menos hombre. Incluso las chicas se aficionaron a aquel hábito, que poco a poco les fue pareciendo tan cotidiano como inevitable.

Al principio a Jorge le resultaba hasta desagradable inhalar aquel humazo, que le producía tos y ganas de enviar aquel cigarrillo al infierno. Pero enseguida comenzó a sentir cierto placer cuando daba una calada y sus pulmones se inundaban de un humo caliente y amable.

Pronto percibió que no podía pasar mucho tiempo sin fumar. Por las mañanas lo primero que hacía era encender un cigarrillo, incluso cuando se sentía enfermo sentía la necesidad de fumar. Aquello además no parecía producirle ningún mal, era joven y su actividad física no se resentía, pese a los presagios apocalípticos de su madre, que le anunciaban dramas inimaginables.

El cigarrillo se convirtió para Jorge Ahumada en su compañero habitual, en su mejor amigo: cuando había algo que celebrar sus ducados eran los primeros invitados; si entristecía, ellos le consolaban. Estaban junto a él en la salud y en la enfermedad, con buen o mal tiempo, le acompañaban como el más fiel de los amigos y pedían tan poco a cambio…

Fue cuando cumplió los cuarenta. Como si fuera una señal del cambio de década, la tos apareció. Casi todas las mañanas. Pronto se sumó la mucosidad, que Jorge excusaba con sus famosos catarros:

-Es que estos catarros invernales duran una eternidad…

No fue hasta varios años después.  A la tos de cascajo, que pareces un trasto viejo, su mujer no escatimaba halagos— se añadió la fatiga. Al principio Jorge apenas lo percibió. Y poco a poco se fue adaptando: su vida se hizo más y más sedentaria, evitaba inconscientemente cualquier esfuerzo. Así parecía que no tenía problemas, incluso llegó a convencerse de que estaba en forma, ¡como un chaval!

Fue un neumólogo amigo quien le desenmascaró:

-¿Cuántos pisos de escalera eres capaz de subir?

-Pues, ahora que lo dices… no sé… quizá cinco… bueno, tal vez cuatro…

Finalmente llegaron a la conclusión que Jorge Ahumada claudicaba a los veinte escalones.  El neumólogo le practicó una prueba sencilla de función pulmonar, soplar a través de un aparato. Y los resultados explicaron la situación de Jorge Ahumada:

-Padeces una bronquitis crónica obstructiva, un EPOC.

-¿Un qué?

-Un problema que consiste en que el tabaco ha inflamado tus bronquios primero, para obstruirlos después, y ahora funcionan al 60% de lo que deberían.

De repente a su cerebro acudió, como un cuervo negro, el recuerdo de su compañero Elías, que había muerto hacía unos meses tras estar anclado a una bombona de oxígeno los últimos años de su vida. Jorge Ahumada miraba a su médico con la esperanza de que finalmente lo indultara. Pero la sentencia no era revisable:

-Gran parte de este déficit es irrecuperable. Pero podemos actuar sobre lo que aún tenemos sano, dilatar esos bronquios obstruidos y, sobre todo, evitar que la enfermedad progrese y acabe disminuyendo el oxígeno que llega a tu sangre.

Jorge pareció vislumbrar una esperanza:

-¿Qué he de hacer?

El neumólogo no hizo más que intentar reparar un error de treinta años de antigüedad:

Dejar de fumar. Inevitablemente. En ello va tu vida.

Jorge Ahumada salió aquel día de la consulta de su neumólogo convencido de que había hallado el remedio a su problema. No podía volver atrás y evitar empezar a fumar. Pero, al menos, abandonar ahora a su compañero de tantos años le permitiría mantener sus pulmones en situación aceptable y, seguramente, disfrutar de una buena calidad de vida.  

Se acordó de Elías. Jorge había llegado a tiempo.

Juan Carlos Padilla Estrada

Médico Neumólogo. Hospital Internacional Medimar.

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