En pleno siglo XXI el paludismo sigue siendo una enfermedad de la pobreza
Hoy, 25 de abril, tendrá lugar el Día Mundial del Paludismo, una jornada instituida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2007 con el objetivo de concienciar sobre esta enfermedad y poner los medios para erradicarla.
En 2022, hubo 249 millones de casos de malaria y 608.000 personas murieron a causa de la enfermedad, según la OMS.
Según el «Informe Mundial sobre el paludismo», publicado por la OMS, en el año 2022 se dieron en el mundo unos 249 millones de casos de malaria y 608.000 personas murieron a causa de la enfermedad. África, con 233 millones de contagios, es el continente que concentró el 94 % de los casos y el 95 % de las defunciones. El 78 % de estas muertes se dieron en niños menores de cinco años.
El continente africano alberga al mayor número de países en pobreza. Ésta es, probablemente, la causa por la que en esta región del mundo la prevalencia de la malaria, y los fallecimientos derivados de esta dolencia, sean muy superiores al resto de los continentes.
El 94 por ciento de los casos de paludismo se dieron en África.
Porque, según sostiene Fidele Podga, coordinador del Departamento de Estudios de Manos Unidas, la malaria es una enfermedad de la pobreza: «Nace de la pobreza, afecta más a los más pobres, causa más pobreza y mata más a los pobres, en un círculo vicioso del que resulta difícil salir».
Además de a la pobreza, Podga hace referencia al contexto de crisis climática en el que nos hallamos, «que ha venido a exacerbar más las cosas». Porque, asegura, los aumentos de temperaturas —y otros fenómenos como ciclones o inundaciones— «afectan profundamente a la estacionalidad e intensidad de la malaria al crear contextos idóneos para la proliferación y actividad de mosquitos».
«La malaria es una enfermedad de la pobreza. Nace de la pobreza, afecta a los más pobres, causa más pobreza y mata más a los pobres», asegura Fidele Podga, coordinador del Departamento de Estudios de Manos Unidas.
La erradicación del paludismo es algo complejo. Está demostrado que las estrategias de suministro de tratamientos y de prevención no han sido suficientes para acabar con una de las enfermedades con mayor índice de mortalidad del mundo y que, desde 2015, no ha dejado de aumentar.
«Por otro lado, desde hace unos años el mundo —sobre todo el africano— vive grandes esperanzas en torno a una vacuna que podría contribuir a erradicar la enfermedad». Son dos las vacunas que estarán en el mercado desde mediados de 2024. Sin embargo, una de ellas, la Mosquirix, se ha estado experimentando durante dos años en Ghana, Kenia y Malaui, con resultados difícilmente evaluables.
«En este contexto, hay lugar para el optimismo. De eso no nos cabe la menor duda. Pero también es cierto que el desafío se ha vuelto mucho mayor. Y la malaria sigue siendo la enfermedad más mortal del continente africano», explica Podga.
Para el coordinador del Departamento de Estudios de Manos Unidas, las medidas de prevención planteadas están lejos de conseguir los resultados esperados «sobre todo porque se están dando resistencias de mosquitos a los insecticidas. En los tratamientos, se está dando también resistencia a los medicamentos. La eficacia de las vacunas ronda el 30% (RTS, S/AS01 – Mosquirix) y el 70% (R21/Matrix-M), aparte de los esfuerzos económicos que todavía suponen su producción, distribución, y acceso de las poblaciones más vulnerables».
La erradicación de la malaria es algo complicado porque sus víctimas, mayoritariamente los más pobres, no gozan de oportunidades para librarse de ella. Acabar con esta enfermedad exige una gestión sociopolítica del entorno que elimine las distintas formas de insalubridad que fomentan la proliferación de sus vectores: aguas estancadas, aguas residuales, alcantarillado deficiente e incontrolada inmundicia donde malviven millones de seres humanos.
Además, para terminar con el paludismo hay que poner en marcha «una política territorial y de vivienda que permita a las familias acceder a una vivienda digna con servicio de agua y saneamiento», propone Fidele Podga, «así como una red de alcantarillado adecuado para evitar la reproducción de mosquitos», añade.
Y, para concluir, el coordinador del Departamento de Estudios de Manos Unidas explica la necesidad de conseguir que las familias tengan ingresos que les permitan el acceso a medicamentos y vacunas, o que exista una verdadera protección social que garantice que esa vacunación llegue a todos. Porque, denuncia Podga, «la mera existencia de las vacunas no significa que sean asequibles a todas las personas».
El trabajo de Manos Unidas, tanto en Educación para el Desarrollo como en los proyectos que la ONG de la Iglesia católica lleva a cabo en más de 50 países se empeña, precisamente, en conseguir mejorar las condiciones sanitarias, de vida y de nutrición, así como el acceso al agua potable y al saneamiento ambiental y habitacional, de las poblaciones más pobres y vulnerables, que son las más afectadas por la malaria.
Sabedores de que la salud es un derecho de toda persona, con independencia de dónde vida, en el año 2023, Manos Unidas aprobó 85 proyectos, por un importe superior a los 5,2 millones de euros, que contribuyeron a mejorar la salud de más de 520.000 personas.